miércoles, diciembre 29, 2004

Arte…

Para el arte postmoderno, una obra tiene dos polos, dos partes, se forma 50% del artista y 50% del observador. Una obra no está completa a menos que alguien la vea y la complete con su mente y su sensibilidad. El artista pone espejos, donde el observador proyecta lo que sabe y lo que siente, recibiendo de vuelta a si mismo, con su saber y su sentir, pero matizado por las concavidades del espejo… diferente pero familiar.

Al entrar a una galería de ate moderno, muchas veces encontramos un cuadro a medio terminar con una mancha en el centro que se llama “sin título 2”. Yo casi siempre los paso de largo, no me hablan y no los escucho… Pero alguna vez, cuando me tocó el placer de ver un “sin título” al lado de otras obras del mismo artista, y leer su biografía, y entender qué quería criticar, a quien va dirigido, que pasaba por la mente del artista… entonces, el “sin título” se vuelve una obra maestra, y se entiende el por qué de la mancha al centro y se aprecia la calidad de la pincelada y demás…

Para apreciar arte postmoderno hacen falta dos cosas, conocimiento y sensibilidad.
Así como un concierto se disfruta más cuando ya nos sabemos las canciones y quizá hay una o dos nueva, el “saberse” al artista es clave para disfrutar su obra… no es lo mismo ver un Van Gogh que ver una serie, que entender el impresionismo, que saber la historia de sus miedos y su paranoia… y así cada obra nueva, tendrá un poco de las demás, y como los conciertos, algo nuevo que disfrutar y que nos prepara para la siguiente…
Con respecto a la sensibilidad, no se trata de ser de “lágrima fácil” ni tener unos sentidos privilegiados. Lo que se necesita es tener algo que sentir, traer una alegría, un dolor, o hasta una anécdota curiosa que contarle a la obra… volviendo al ejemplo, creo que casi siempre las canciones consentidas de cada quien le recuerdan momentos, personas, lugares… y cada vez que escuchamos esa canción nos transportamos ahí. Pasa igual, cuando frente a la obra derramas una historia, la obra cobra vida y nos mueve, porque tenemos algo que decirle, y ella (si el artista es bueno) nos devuelve nuestra propia vida de una forma nueva y mágica.

Los artistas un día decidieron que objetos como cajas de zapatos, mingitorios o ruedas de bicicleta eran objetos de museo, y nació el arte objeto, que por un lado, critica al arte tradicional diciendo que “cualquier cosa es digan de un museo” y por el otro, llama a una reflexión más profunda, de que cualquier objeto, por más cotidiano que parezca, es una obra de arte ante la persona correcta y en el espacio correcto. Sin olvidar que el arte es la convergencia de dos voluntades, así que se requiere de una intención de artista y otra de observador.

Y no, no es mi intención dar una cátedra de arte, materia en la que por cierto, no soy ningún experto. Mi intención es hablar de espejos y de arte, porque voy cayendo en cuenta, gracias a algunas pláticas recientes, de que soy obra y artista. Cuando hablo, cuando camino, siempre que interactúo con alguien, le doy la oportunidad de reflejarse en mi y conocerse un poco más. Como artista trato de poner en mi obra, en mi vida, lo más grande que tengo, bueno y malo, mis más grandes miedos y mis más grandes logros, trato de hacer de cada momento una obra maestra que haga reír o llorar. Como toda obra de arte, hay quien pasa frente a mi y sigue de largo, porque me ve “sin título”, hay a quien simplemente no le gusta “mi estilo” o “mi corriente”, hay quien se detiene frente a mi, me regala unos minutos o segundos y aunque con toda la buena intención, “no me entiende”, otros no están de humor para una obra tan alegre, tan simple, tan profunda, tan sosa, tan larga, tan común, tan rara, tan complicada, tan elevada… Pero también hay quien se para enfrente de mi y tiene la sensibilidad correcta, quizá le atraen mis colores o mi trazo, y se detiene a verme, y encuentra mi concepto, y me proyecta con lo que siente y lo que ha vivido, bueno y malo, y me entiende, y me disfruta… se abre la comunicación entre artista obra y observador. Y ninguno de los dos vuelve a ser el mismo. De esa primera comunicación viene el conocimiento, cuando el observador va conociendo las diferentes obras, y logra comprender los matices, los cambios, y las razones del artista para crear. Mientras más profundo el conocimiento más intenso el disfrute que tiene el observador al mirar la obra.
Hoy hable en primera persona, pero creo que todos somos artistas, obras de arte y observadores. La obra de arte se conforma de 50% artista y 50% espectador… y el ser humano tiene el privilegio de ser la única obra de arte que puede escoger quien la ve y quien no. A veces nos dejamos ver por alguien que nomás nos quiere colgar en su sala sin pensar, a veces insistimos en que nos vea alguien que no comparte la sensibilidad que tenemos, a veces nos conformamos con observadores que nos consideren “bonitos” y nunca lleguen a profundizar… a veces, cuando tenemos suerte, nos encontramos con un observador grande, que nos de ese 50% que nos completa, que nos cuestione, que nos proyecte, que nos sienta…

Soy 50% lo que como artista voy creando, y 50% lo que cuando me observas me das.

2 Comentarios:

Anonymous Anónimo dijo...

TE FELICITO , NO PODIA HABERLO DICHO MEJOR ES QUE ESO ME PASA TAN SEGUIDO CUANDO SALGO A PASEAR O A UN MUSEO.GRACIAS POR PONERLO EN INTERNET Y SABER QUE NO SOY LA UNICA QUE LE PASA
ANGIE

4:02 p.m.  
Anonymous Anónimo dijo...

Que Buen Analisis me encantaria saber a quien pertennecen estas palabras tan bonitas, que analogia mas precisa en el pensar del ser....me diste mi 50%...pues yo te doy tu 50%....trejosebastian@hotmail.com

1:50 p.m.  

Publicar un comentario

Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]

<< Página Principal